lunes, 13 de junio de 2011

La Siesta de Gualeguay

La Siesta de Gualeguay - Néstor Guestrin
Hace años, mediados de los ochenta, viajaba periódicamente a la provincia de Entre Ríos para dar clases de música y guitarra, auspiciado por los intercambios que patrocinaba entonces el municipio de la ciudad de Buenos Aires. Después de los tiempos de terror estatal (auspiciado éste por los medios de prensa), bueno era llevar algo de música a los chicos de las dos ciudades adonde iba, Crespo y Gualeguay. El ómnibus que me llevaba salía de noche, cruzaba el Río Paraná por Zárate y Brazo Largo, hacía una breve detención en Gualeguaychú y otra en Rosario del Tala en el centro geográfico provinciano. En ésta, en esos minutos de espera, siempre recordaba aquella copla popular

Pasé de largo por Tala,

detenerme para qué.

De qué vale un paisano

sin caballo y en Montiel.

Bajaba luego en la pequeña terminal de Crespo a primera hora de la mañana, recorría las pocas cuadras hasta la Escuela de Música, y al cruzarme con los chicos en sus guardapolvos blancos dirigiéndose a su escuela ya ellos corrían la noticia de mi llegada. Era una fiesta. Luego con sus guitarras, y a veces hasta con mate y termo en la mano, pasaban cada uno por la sala donde los escuchaba, los guiaba y les indicaba los pasos a seguir, en mi misión pedagógica musical.

Al día siguiente, y previo paso por Paraná, la capital, para tomar el otro ómnibus, hacía el camino hasta Gualeguay, más al sur. Esta es una pequeña ciudad marcada por la poesía y también por un parque de árboles, de plantas, de flores, lleno de verdor, a orillas del río que le da nombre a la ciudad, o tal vez sea la ciudad la que se lo presta al río. Y es la poesía, digo, que la distingue porque grandes poetas han vivido en ella, o, como el nombre de la ciudad y el río, es ella la que les ha dado el material para su obra.

Dice Juan L. Ortiz:

¡Oh, vivir aquí,

en esta casita

tan a orilla del agua

entre esos sauces como colgaduras fantásticas

y esos ceibos enormes todos rojos de flores!

Las clases transcurrían como en la otra ciudad, y así como yo les enseñaba lo que sabía, también aprendía de ellos la particularidad de su música, el chamamé, su acento original arraigado como el habla, su rítmica como el aire pronunciado en la singularidad provinciana.

A la tarde, en la siesta, cuando se detenía todo como cabe a toda ciudad provinciana, jugaba yo con mi guitarra en la casa para recibir huéspedes donde me hospedaban, mientras el perfume de los limoneros se filtraba por la ventana arrastrado por el aire húmedo que mojaba las veredas. Entonces recordaba las otras palabras de don Juanele que cerraba aquel poema:

Una penumbra verde la funde en la arboleda.

Así fuera una vida dulcemente perdida

en tanta gracia de agua, de árbol, flor y pájaro,

de modo que ya nunca tuviese voz humana

y se expresase ella, por sólo melodías

íntimas de corrientes, de follajes, de aromas

de color, de gorjeos transparentes y libres…

Así nació esta música.

Néstor Guestrin

1 comentario:

  1. Que raro hablar de la musica de mi provincia y no nombrar la chamarrita!!
    Un abrazo grande maestro.

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